La caida de Nargothrond
Fue en estos días que dos elfos que vivían con Círdan en el sur llegaron a Nargothrond. Eran noldor, pues venían de la casa de Angrod. Se presentaron de inmediato ante el rey Orodreth y su corte, entre los que estaban Túrin y Gwindor, y hablaron con ellos.

-Saludos rey Orodreth, saludos corte de Nargothrond. Nuestros nombres son Gelmir y Arminas, y como ustedes somos de la casa de Finarfin. Venimos hasta ustedes, no en un viaje para solo saludarles y saber que hay de nuestra parentela. Les traemos un mensaje urgente proveniente de un poder mucho más grande que el de los elfos.- dijo el primero de ellos.

Todos en la corte los veían con extrañeza y hasta miedo. ¿Qué clase de mensaje traerían? ¿De qué tipo de poder hablarían?

-Sean bienvenidos a Nargothrond- les dijo Orodreth - Y hablen pues, los escuchamos...

El otro de los elfos habló entonces: -¡Escucha Nargothrond las palabras del señor de las aguas! ¡Escucha las palabras de Ulmo, grande entre los valar! Pues así habló a Círdan el carpintero de barcos y nos encargó a nosotros, siendo sus parientes, que les dijeramos: "El mal del norte ha sobrepasado las fuentes del río Sirion, mi poder ya no puede contenerlos en esas aguas. Y un mal peor aún llegará. Digan a los señores de Nargothrond: ¡Cierren las puertas de su fortaleza! ¡Tiren al río las piedras de su orgullo! ¡Que el mal que se acerca no encuentre la puerta!"

Todos en la corte se quedaron callados. Algunos estaban espantados, algunos hablaban contra el rey y la influencia de Túrin. Algunos como Gwindor, calmados aconsejaban seguir las instrucciones de Ulmo. El rey estaba muy preocupado ante estas palabras. Pero Túrin no se dejó llevar:

-¡Vamos rey Orodreth! ¿vas a hacer caso de las palabras de estos dos? aún no sabemos si dicen la verdad, y si aún así la dijeran, ¿dejarías a Nargothrond sin defensas expuesta a que la suerte dijera si caemos o no? ¡Luchemos! ¡no mandes tirar el puente que es nuestra única forma de defendernos!

Una gran discusión se armó en la corte. Unos secundaban a Túrin, otros a Gwindor, otros no sabían ni que decir e incluso había quienes decían que había que escapar y abandonar Nargothrond, el miedo de las palabras de Ulmo, y más aún, el miedo de los terrores de Morgoth los llenó ese día. Pero al final, como es de suponerse, el consejo de Túrin, que tenía una altísima posición frente al rey y muchos nobles, prevaleció. Túrin se había vuelto muy orgulloso y necio, asi que el puente se mantuvo en su lugar...

A los pocos días las desgracias comenzaron a ocurrir. Handir, jefe de los hombres de Brethil fue asesinado por orcos que se aproximaban. Los hombres del bosque de Brethil les dieron batalla, dirigidos por Brandir el cojo, hijo de Handir, pero no pudieron detenerlos. En otoño, Morgoth entonces soltó todo un ejército sobre el oeste de Beleriand: Glaurung el Urulóki dirigía el ejército negro, y llegaron a los valles al norte del Sirion, donde destruyeron todo el lugar. Destrozó la zona del lago Ivrin y las fuentes del Narog y toda la planicie de este río, entre el Narog y el Teiglin, fue destruida y quemada.

Entonces salió el ejército de Nargothrond a darles batalla. Al frente iba Túrin, alto y terrible; y a su lado iba Orodreth a defender su reino. Todos iban muy animados y esperanzados de ganar. Pero el ejército de Morgoth era mucho mayor, y nadie podía resistir los fuegos de Glaurung, salvo Túrin con su máscara de enano. Los elfos tuvieron que retirarse y quedaron acorralados en Tumhalad. Ahí, todo el orgullo de Nargothrond cayó: Orodreth murió al frente y Gwindor hijo de Guilin fue herido de muerte. Túrin llegó de pronto a ayudarle y todos huían ante el y ante Gurthang que mataba sin piedad a todo enemigo que se encontraba frente a la Espada Negra, por lo que se llevó a Gwindor de ahí hacia un bosque cercano.

-Que ahora seas vengado por mi traición Túrin. Hice mucho mal y ahora estoy herido de muerte... Eres un gran amigo y te estimo mucho, aun cuando me arrepienta de aquel día en que te rescatamos de los orcos... Sin tu orgullo, tal vez aún viviría y Nargothrond tal vez aún aguantaría. Ya nada se puede hacer. Si me estimas, ¡vete! Corre a Nargothrond y salva a Finduilas... solo esto te voy a decir: ella sola queda entre tu y tu destino. Adiós.....- y Gwindor expiró.
 

Túrin, hechizado por Glaurung, deja pasar a Finduilas frente a el

Túrin corrió hacia Nargothrond, para salvar a Finduilas y dar aviso que todo estaba perdido, que se tirara el puente, que se hiciera algo por salvar la ciudad... pero todo fue demasiado tarde. Glaurung y los orcos ya estaban ahí. La guardia de Nargothrond había intentado tirar el puente, tan bien construido por ellos, y no pudieron. El ejército de Morgoth entró en la ciudad y la destruyó toda. Cuando Túrin llegó, todos huían ante el y su desesperación y ya había pasado un buen tiempo desde que nadie ya defendía el lugar y se habían rendido. Los orcos habían juntado a todas las princesas y mujeres del lugar, igual que a todo sobreviviente, preparándolos para guiarlos como esclavos hacia Angband.

Túrin llegó, pero a las puertas de Nargothrond, quitándose su casco y tirando su escudo, se encontró cara a cara con el dragón, el cual al verlo lo saludó.

-¡Buen encuentro, hijo de Húrin!

Túrin, enojado, tomó a Gurthang y la alzó para lanzarse contra el dragón. Pero este lo vio entonces de frente y aunque Túrin no temió verlo a los ojos, cayó irremediablemente en el hechizo de Glaurung que lo dejó como congelado, con la espada en alto, frente a el. Entonces Glaurung habló otra vez:

-Todos tus caminos han sido malos, hijo de Húrin: hijo adoptivo malagradecido, prófugo y criminal, asesino de tu amigo, rompecorazones y ladrón de amores, usurpador de Nargothrond, capitán tonto y orgulloso, ¡desertor de los tuyos!, como a mendigos dejaste a Morwen y Nienor en Dor-lómin, tu te vistes como príncipe y ellas van con remiendos mientras que por ti lloran aunque a ti no te importe. Tu padre estaría muy alegre al enterarse que tiene un hijo así, como ciertamente se enterará muy pronto..

Y Túrin entonces, bajo el hechizo, se vio a sí mismo como en un espejo pero distorsionado por el mal del dragón, y lo que veía le dolía.
Mientras Túrin seguía hechizado, los orcos sacaron a los cautivos frente a él. Y frente a él pasó también Finduilas: -¡Túrin! ¡Túrin! ¡ayúdanos! - le gritaba al guerrero, pero el no podía hacer nada con la mirada del dragón que lo dejaba congelado e impotente. Y ya hasta que desaparecieron de vista, el dragón dejó ir a Túrin, aunque la voz nunca se apagó de su mente. Entonces Túrin se despertó y al ver al dragón frente a él, se lanzó como para matarlo.

-¡Ja ja! si quieres morir, adelante, yo mismo te mataré. Pero eso no ayudará a Morwen y Nienor, ni siquiera pudiste ayudar a la mujer elfo que te gritó ahorita, ¿negarás tu ayuda también a las que son tu sangre? - Túrin entonces guardó su espada pero se quedó viendo al dragón. -Al menos eres valiente, más que cualquiera que haya visto antes - le dijo Glaurung -Que no se diga que nosotros no honramos el valor de nuestros enemigos, ¡vete! te doy la libertad, ve con tus parientes si es que puedes.

Entonces Túrin, aún amedrentado por los ojos del dragón creyó sus palabras y se fue cruzando el puente. Glaurung entonces le gritó desde atrás -¡Corre hijo de Húrin, a Dor-lómin! ¡Si te retrasas con Finduilas, jamás volverás a ver a Morwen ni podrás conocer a Nienor y ellas te maldecirán!

Túrin corrió sin descanso por todo el valle del norte del Narog. La voz de Finduilas resonaba en su mente, pero aún así no dejaba de ir hacia el norte, a las montañas de la Sombra. Sentía como si viera su casa quemándose, con Morwen y Nienor dentro, y entonces aceleraba más aún.

En Nargothrond, Glaurung no dejó que ningún orco saqueara nada, una vez vencida la ciudad y llevados fuera todos los cautivos para ir a Angband, Glaurung ordenó a todos que se fueran y les negó cualquier riqueza que pudieran sacar de ahí. Después el mismo rompió el puente sobre el Narog y una vez seguro dentro, apiló todas las riquezas de Felagund en un solo lugar, y se acostó sobre ellas para descansar, como los dragones hacen siempre.
 
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